AMISTAD


Recorro su cabecita con mis membranosas manos, mientras él fija su mirada en la mía. Me detengo en sus largas y peludas orejas y se las acaricio suavemente con las yemas de mis dedos escamosos, murmurando el nombre que yo he escogido para él. Un nombre sonoro y corto como un silbido. Él es un perro que no ladra. Yo tampoco puedo emitir sonidos. En eso nos parecemos, pero en todo lo demás somos distintos. Él puede escabullirse entre las personas, confundiéndose en un interminable mar de piernas; yo tengo que permanecer escondido. Él me trae comida todos los días y me observa mientras la devoro. No me tiene miedo. Me ama.

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