UNA CONVERSACIÓN ÍNTIMA


Siempre que íbamos juntos a la biblioteca, Eduardo empezaba a temblar y a farfullar incoherencias. Se doblaba en dos, como si estuviera a punto de vomitar, y se apoyaba de espaldas contra los estantes para no caerse. Para mí era terrible verlo así, sumido en el silencio más absoluto, pero un día me armé de valor y le pregunté por el origen de esos terrores. Estábamos sentados en el suelo, uno frente al otro. Éramos novios desde hacía un año. Él dijo que las bibliotecas le traían malos recuerdos, y me contó una historia de antiguas adicciones y fracasos. Me habló en murmullos de una madre preocupada y de un padre violento. Me habló de cuando era niño y se refugiaba en una biblioteca muy parecida a ésta para llorar. Yo me levanté del piso y cogí un libro del estante, lo abrí en una página elegida al azar y leí un fragmento que narraba una conversación íntima entre dos amantes.

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